Bueno, hola.
Aquí Carol.
Hace algunos días tuve una idea, para lo que —en principio—, debería ser una novela.
Así que, aquí está el prólogo.
Espero que sea de su agrado.
Un beso enorme.
Había cambiado de autobús a tren alrededor de doce veces, llevaba cuatro días de viaje. La batería de su móvil estaba muriendo, no lo había cargado desde hacía dos días, cuando se bajó de su autobús en una gasolinera, en medio de la nada. Había parado para comprar algo de comida, con suerte, conseguiría algo decente. Tampoco es como si hubiera variedad para elegir.
Dos trenes y tres buses, con una noche en un hostal de por medio, después, aún tenía un par de barritas de fruta y muesli, medio cartón de quinientos mililitros de zumo de piña y una caja casi vacía de arroz tres delicias que, por cierto, ya olía algo mal.
En el bolsillo de los desgastados pantalones vaqueros que llevaba puestos, tintineaban un par de dolares en monedas, envueltos en un billete de diez. Doce dolares, ¡yuju!
Arrastró los pies por el pasillo, vislumbrando el paisaje bailar rápidamente a través de las enormes cristaleras.
Se dejó caer sobre su asiento, ubicado en la parte trasera del vagón. Posó la sucia mochila sobre el asiento a su lado y suspiró, apoyando la cabeza contra el cristal, que daba ligeras sacudidas a causa del movimiento.
Cerró los ojos, cansada, y blasfemó. No había tenido una noche decente de sueño en cinco días.
Este sería su último tren, se dijo, harta de la suciedad y el agotamiento del viaje.
-Disculpe, —una voz masculina la sobresaltó. Abrió un ojo, estudiando, airadamente, al que parecía ser el revisor, un chico joven de ojos brillantes— ¿su ticket? Si es tan amable. —él pidió con un atractivo acento, que parecía ser de la zona de Texas y estiró una mano hacia ella, mientras le sonreía de lado.
-Uh, sí. Espere un momentito, lo tengo en la mochila. —ella había hablado por primera vez en días. Metió la mano en el compartimento más pequeño, rebuscando, hasta dar con el pedazo de papel.
Se lo ofreció, observando como revisaba la fecha y el importe impresos en él.
-Está todo en orden. Tenga un bien viaje. —inclinó la cabeza, agarrando la visera de la gorra y reajustándola. Comenzó a alejarse en dirección opuesta cuando ella lo llamó:
-Eh, uh... Perdone... —se detuvo, leyendo la placa de identificación cuando él se dio la vuelta. Dawson, bonito... Como uno de los protagonistas de la saga Lux— ¿A qué hora llegaremos a Santa Barbara? —él alzó una ceja, aún sonriendo, Dios sabría por qué.
-Un par de horas, nada más. Cualquier cosa, de una voz y vendré de inmediato. —él se ofreció, tornando lo que parecía una sonrisa simpática en una sonrisa seductora. Uh, demonios, para ahí, amigo, por esta vez, voy a pasar. Por muy guapo que él fuera, con esa mirada gris y el pelo rubio y desaliñado bajo la gorra, no pretendía involucrarse con nadie durante un tiempo. Ahora mismo estaba algo ocupada.
Lo despidió con la mano, forzando las comisuras de sus labios a elevarse.
Cuando se hubo ido, sacudió los hombros y suspiró de nuevo, no muy segura de cómo hacer salir el estrés.
Se masajeó las sienes con dos dedos, murmurando incoherentemente para sí misma.
En dos horas, ya no sería la misma.
En dos horas, se despediría de todo lo que alguna vez había conocido y querido.
Pero, los más importante, en dos horas, estaría lo más lejos posible de su prometido. Y esperaba que fuera para siempre.